Estábamos sentados en el sofá viendo la tele cuando de repente me dijo:
–No te gusto.
La miré sorprendido.
–Sí me gustas –respondí abrazándola.
Ella parecía enfadada. Rechazó mi abrazo y repitió:
–No, no te gusto. Sé que no te gusto.
Y tuve que comérmela para demostrarle que me gustaba.