–La noche iba bien. Muy bien, en realidad. La acompañé hasta la puerta de su casa y charlamos.
–¿De qué?
–No lo recuerdo. De todo. De nada. De pronto me invitó a subir a su piso a tomar un café.
–¿Y qué hiciste?
–Subí.
–¿Y…?
–Tuve que pedirle una tila.