No entendí lo que pretendía decirme. Me miraba de forma insólita, extraña. Movía el ojo. Me entró pánico. Pensé que iba a devorarme. Aprovechando un descuido, le clavé mi espada. Quedó moribundo en el suelo.
–¿Qué querías hacerme? –le pregunté.
–Sólo te estaba guiñando el ojo –me respondió el cíclope.