domingo, 27 de agosto de 2017

Microcuentos

Al diarista le daba tanta pereza escribir que disfrutaba especialmente de esos días en los que no ocurría nada.
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Desdémona comprendió, demasiado tarde, que debería haber hecho lo mismo que sus amigas: casarse con un blanco y tener un amante negro.
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Los escritores lo saben bien: por cada adverbio que hayan utilizado pasarán diez mil años más en el purgatorio.
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Me leyó la mano. Me dijo que estaba muerto. Acertó.
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Era tan perfeccionista que nunca utilizaba el pasado imperfecto.
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El psicoanalista se aseguró de casarse con una mujer que no tuviera sueños.
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Recuerda para beber. Bebe para olvidar.
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Consiguió que el cura le absolviera de todos sus pecados. Sin embargo, Dios no le absolvió del pecado de sobornar al cura.
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El martes le escuché por primera vez. Su voz era horrorosa, insoportable. Tuve que apagar disimuladamente el audífono.
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En contra de lo que la gente cree, Paris era un pésimo arquero: quiso clavarle a Aquiles una flecha en el pecho y le dio en el talón.
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MITO DE LA TABERNA
Los encadenados a la barra no quieren saber nada del mundo real.
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–¿Dónde está la princesa? –le pregunté al dragón.
–Me la comí. Me dijeron que, sobre todo, no la dejara escapar.
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Quise visitar las guerras del Peloponeso pero acabé en las guerras médicas. A la máquina del tiempo se le habían estropeado los frenos.
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Marcelo, que lleva la cuenta de todos los hombres con los que ha salido Beatriz, lamenta no ser malo para ella.
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En su lecho de muerte se arrepintió de todo, pero no le sirvió de nada porque se negó a arrepentirse de no haberse arrepentido antes.
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Según los datos de audiencia, al presentador le quedaban dos telediarios.
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Lo único malo de que mi marido tenga pájaros en la cabeza es que hay que echarles de comer.
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–¿Qué es mejor, saber poco de mucho o mucho de poco?
–No tengo ni idea.
–Ya veo. Tú no sabes nada.
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No me trae flores, aunque, para ser sincero, yo tampoco le regalaba a ella cuando estaba vivo.
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Me morí de vergüenza cuando supe que mi marido se había acostado con la vecina del 4º B. ¡Qué decepción se llevaría la pobre!
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Cabalgando hacia el oeste, Lucky Luke llegó al océano. Se sintió desorientado. Tuvo que subirse a un tren y volver al punto de partida.
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SÓLO AMANTES
Cuando empezó a contarme sus problemas, tuve que pararle en seco. ¿Para qué estaba su mujer?
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Un pretendiente vino a pedirle la mano de su hija favorita. Se la dio. Era mejor tener una hija manca que quedarse sin hija.
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No para de hablar. Se esconde detrás de un muro de palabras.
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Levantó un hermoso castillo en el aire, pero olvidó poner una escala para subir a él.
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El marinero quería un imposible: perderse entre las piernas de la sirena.
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Esperó y esperó. Al cabo de diez años, se cansó de esperar.
–Será mejor que sea yo quien vaya a la montaña –dijo Mahoma.
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MEDICINA NATURAL
El doctor no le recetó un ansiolítico, sino una novia.
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Seis meses después de la boda comprendió la amarga verdad: su marido le había salido rana.
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Despidieron al apuntador porque metía continuamente la morcilla.
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El gato de mi vecina del 5º A era muy ruidoso y también muy inocente: se comió lo que le echó mi vecina del 5º C.
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Mi problema, doctor, no es que nos acostemos cuando ella quiere, sino que yo tengo que poder.
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En su alegato final, Landru pidió a los jueces que fueran indulgentes con un pobre viudo.
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Leyó el porvenir en las nubes: adivinó que se le iba a mojar la ropa.
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Ya preso, Landru comenzó a cartearse con una joven viuda. Estaba deseando que el alcaide le diera permiso para un vis a vis.
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–Yo les preguntaba si querían dejar de ser viudas y ellas, señor juez, me respondían que sí –dijo Landru–. Obedecí sus deseos.
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No hay quien entienda a Raquel: siempre me reprochaba que iba muy rápido y ahora me dice que ha perdido el tiempo conmigo.
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–¿Qué hace alguien como tú sola?
–¿Sola? ¿No has visto que estoy en compañía de un cariñoso vaso de tequila?
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Al camaleón macho se le subieron los colores: la hembra, por su parte, había venido de rojo pasión.
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Si un día te despiertas en medio de la noche y estás en una librería de viejo, ten por seguro que tu dueño ha muerto.
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La princesa mató al caballero, que había tenido la desfachatez de intentar matar a su querido dragón.
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Le ofreció convertirse en la incomparable Dulcinea del Toboso, pero ella se empeñó en seguir siendo la vulgar Aldonza Lorenzo.
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No entendían por qué estaba tan alegre después de recibir el diagnóstico. ¿Cómo explicarles que ahora tenía una razón para vivir?
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Sí, sí, ya sé que los del Viet Cong han sido derrotados. Ahora sólo falta que ellos se den por enterados.
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–Muéstrenme dónde demonios está el enemigo.
–Encima de nuestro búnker, mi comandante.
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El 12º Ejército iniciará un enérgico movimiento de pinza y envolverá a los ocho ejércitos enemigos que tienen rodeado Berlín.
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Le presentaron al general un mapa del territorio conquistado a escala 10:1.
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Disfrutaba tanto comprando que, cuando se encontraba con su marido en la tienda, fingía no verlo.
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Le fueron dando distintos nombres: mancha, bulto, quiste, tumor, cáncer, nada.
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Demasiado tarde, Sancho Panza comprendió que la vida sería menos tediosa si los molinos de viento fueran gigantes.
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Me dijo que no venía a rescatarme a mí, sino a capturar al dragón: le pagarían una fortuna por él. Ya no quedan caballeros.
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Cuando le acusé de robarme una idea, se defendió diciéndome que, como platónico, consideraba que las ideas eran universales.
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Los del circo reutilizaron su jaula: metieron en ella a un tigre. También reaprovecharon al artista del hambre.
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EL INSURGENTE OCULTO
Luchó calladamente contra la dictadura: criaba palomas para que se cagaran en la estatua del tirano.
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–Hoy no hay misa. El cura está en el cuartelillo.
–¿Qué ha hecho?
–Parece que le ha dado a alguien una hostia.
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–Hermia, las otras sirenas están alegres como gallinas. ¿Qué te ha pasado?
–Se me ha escapado un gallo en mitad del estribillo.
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GALIMATÍAS
A todas las sirenas les dio por cantar a la vez.
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Cuando Lucky Luke se aburre, se dedica a agujerearme. Es difícil ser su sombra.
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–Es mentira que haya devorado a todos esos jóvenes que maté: soy vegetariano –dijo el Minotauro.
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–No puedes matarme. ¡Soy un mito! –dijo el Minotauro.
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Trazó un pentagrama con arena negra, vertió su sangre sobre una vela, le invocó. El demonio no apareció: no tenía el don de la ubicuidad.
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Cuando el microrrelatista despertó, el monterrosaurio seguía allí.